- Keith Luger
- Muy alto, muy rubio, muy muerto
ANDY O'Connor se sentía el hombre más feliz del mundo mientras conducía su automóvil en la noche, a una velocidad de setenta millas por hora. Quería llegar pronto a su hogar. Había pensado muchas veces en aquel momento, cuando abriese la puerta y gritase: —'¡Claudia!… ¡Ya estoy aquí!…' Claudia, su mujer, aparecería corriendo, sonriente, brillándole los ojos de alegría por tenerlo otra vez con ella. Los dos se abrazarían, y, naturalmente, no faltaría el prolongado beso. El primero en diez largos días.