- Keith Luger
- Muerte de una mujer seductora
LOS periodistas habían invadido la oficina del investigador privado David Murray. Las tres hermosas y bellas secretarias de Murray trataban de imponer orden en aquella jaula de locos. La pelirroja Susan, la morena Elizabeth y Doris, la rubia platino, rivalizaban en contentar a las fuerzas de choque. —Recuerden que son los caballeros de la Prensa —decía Susan. Pero alguno de ellos no era un caballero porque Elizabeth pegó un chillido llevándose la mano a la cadera. —¿Quién me pegó ese pellizco? Cuatro periodistas se miraron unos a otros. —No pongan esa cara de idiotas —agregó Elizabeth—. Uno de ustedes tiene las manos muy largas.